Fascinus es el artificio, aquel por el que se organizan todas las civilizaciones y se gestan todas las revoluciones, símbolo de lo que siempre hace falta y disyunción entre ser o tener. Es la potencia del deseo mismo en cuya hornacina podría escribirse: "Hic hábitat felicitas" (aquí habita la felicidad). Es el amuleto contra el mal de ojo, contra miradas acechantes en la que sin embargo, el mirado se construye y encuentra, anonadado, su lugar. Fascinus fascina, atrae, embruja, pues el hombre es fruto de un acto generador en el que no estuvo presente y que le genera una enorme curiosidad y desasosiego.

Abandonados, cada uno de nosotros a la quimera de los símbolos, descendimos en un texto escrito por Leonardo da Vinci. Allí recuerda una escena de su primerísima infancia a la que atribuye cualidad de rito iniciático y, gracias a la cual, su obra artística y científica estaría determinada. Cientos de años después, Sigmund Freud, tomaría ese corto relato y lo interpretaría como al más copioso y fecundo sueño. Esa sería la puerta por la que el maestro vienés entraría en los territorios del inconsciente y, como espeleólogo del alma, alcanzaría rincones insondables.

Los ecos, entonces, que dejan el tránsito de las citas, se transforman en imágenes, las formas se erigen automáticamente al sonar de las letras y los colores brillan como símbolos en el más alucinado discurso onírico. Así, del texto del sueño de da Vinci y de la interpretación elaborada por Freud produjimos esta obra, relato ilustrado que contiene 6 imágenes en serigrafía, y en las que cada detalle es, ya no un rincón del alma de Leonardo, sino un rincón de nuestra alma y, cada capa de color impreso, tal vez, un estrato de nuestro propio espíritu. Es ésta la forma en que cada uno de nosotros como autores esta concernido, no solo en las palabras de Leonardo y Freud, sino en nuestra relación con el arte, con la técnica y con nuestra propia condición humana a propósito de lo construido por los grandes maestros.
Fascinus
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